CONSEJOS DEL VIEJO TORERO

Un conocido me comentó saber donde paraba el mozo de espadas de Victoriano Valencia, quien habiendo sido torero en su juventud tuvo que retirarse a causa de una fuerte cogida viéndose obligado a cambiar de oficio, vinculado eso sí, al mundo del toreo.

Tras casi volverle loco a base de insistir, me llevó a conocerle a una taberna bastante oscura, con muchas fotografías de tardes de gloria de distintos toreros, donde predominaba una gran cabeza de toro ya agrietada por los años, que daba un ambiente muy especial a aquél lugar con mostrador de madera y una piedra de mármol en el que un camarero gordo servía vino a sus parroquianos, y con una tiza en la oreja iba apuntando las consumiciones mientras fumaba un cigarro que se le apagaba a cada rato.
Decoraba la pared un enorme cartel de toros de Bombita en el que le sacaban a hombros los profesionales de la tauromaquia, con una pancarta del montepío de toreros.
Entró un hombre mayor con una ligera cojera que después de saludar a la clientela se nos presentó con fuerte apretón de manos, y con mirada seria preguntó qué quería saber.
Era impresionante por el respeto que infundía, por sus características físicas, surcos en la cara de vivencias pasadas, el pelo blanco peinado para atrás, una enorme cicatriz que le cruzaba la barbilla, y una mirada fija y penetrante.

Empezó hablando de cornadas, cogidas, y de muchas penurias pasadas en sus comienzos como torero.

Yo le escuchaba con los ojos grandes como platos, no parpadeaba observándole fumar y contando historias de tragedias que quitarían las ganas al más pintado, recordando a compañeros que habían quedado con graves lesiones por cornadas de los toros…

Me miró, y preguntó mientras le servían un vino:

“¿Y después de todo esto, te sigue interesando ser torero?...

“Le miré y dije:

“Me habló de una sola cara de la moneda… Me gustaría que me contara la otra… La de los que triunfan y ganan dinero… Porque si todo es así, ¿por qué sigue en este mundo?. Si volviera a nacer y pudiera soñar lo que soñaba en su juventud, ¿qué haría?.”
Por fin salió una sonrisa de ese semblante duro y me contestó que sí, que mil veces que naciera mil volvería a ser torero… A pesar de que el fruto de tanto esfuerzo es rara vez recompensado, pero que lo que él vivió lo hizo tal y como lo sintió, y los que se decidieron por una vida sin miedo nunca lo vivieron.

Así empezó a contarme con añoranza cosas de su juventud, mientras se escuchaba a Concha Piquer en una radio vieja, llena de polvo.

Le pregunté que debía hacer para aprender a torear, y me dijo: “Fijarse mucho en los toreros más admirados, escuchar a buenos profesionales que sepan dar consejos y comentarios sin rencores y envidias, que sea buenos observadores. No siempre el buen torero en la plaza es objetivo en sus reflexiones, y… torear mucho de salón para dominar bien los trastos”.
Con cierta socarronería comentaba que el mejor profesor es el toro y la reacción del público y de los profesionales, porque hay atajos que te pueden equivocar y llevarte a lo vulgar, y los banderilleros también te pueden equivocar por sus propios intereses.

“Hay que tener en cuenta todo”. Este torero decía que lo primero era estudiar las reacciones del toro y ver los cambios que tiene en el trascurso de la lidia para cogerle lo antes posible la prontitud de arrancada, la distancia, velocidad, y altura.

“En la prontitud de arrancada. Que si no la coges te sorprenderá y no te dejará colocar en el sitio, afectando así a todo lo demás: El toro te lo pondrá difícil”.

“A mayor valor menor dificultad. Cogiendo la velocidad coges el ritmo y podrás templar lo que el toro te permita.”

“La altura. No es menos importante, pues como te empeñes en llevarle en otra, o acabas con el recorrido o te puede él a ti.”.… Con estas charlas tan profundas que un principiante no llegaba a entender, me fui adentrando en el mundo del toro. Que un profesional me abriera los ojos en temas técnicos me sirvió con el tiempo a intuir y comprender. De lo estético decía que hay que torear siempre lo más natural posible sin buscar esfuerzos corporales que distorsionen la estética, que con la cintura y las muñecas mandas al toro todo lo largo que te lo permita, que el agarrotamiento no es entrega, sólo agarrotamiento.
Así pasaban las horas en el bar, y otros compañeros fueron incorporándose a la charla, hasta que con sumo respeto y no queriendo ser pesados, nos despedimos agradeciéndole la atención recibida.

Si me preguntaran qué me cautivo de este mundo, sin duda alguna diría que el descubrimiento de la superación del hombre ante su miedo.

Su dominio a la fiera en un derroche de fuerza, destreza, y profesionalidad.

La manifestación de una estética capaz de enloquecer al público.

La constante lucha y convivencia con la naturaleza.

La admiración a un animal y a su casta.

Porque… si comparas una corrida de toros con cualquier otra faceta de la vida, descubres que esta alcanza un largo recorrido desde el drama a la tragedia… cuya conclusión es el triunfo de la superación ante cualquier vicisitud.

Por eso en muchas ocasiones sientes la impotencia o la crueldad de un público que por ignorancia o dureza no perdona a quien pretende ser líder, y sus limitaciones le sitúan en objetivo de las más crueles críticas.

De ahí el dicho de: “Muchos los llamados y pocos los elegidos”, ya que para lograr lo que tanto anhelas necesitas poseer un sinfín de cualidades sin olvidar algo primordial, la suerte. Pero no nos equivoquemos, no llamemos mala suerte a nuestras propias limitaciones, puesto que con verdaderas condiciones saltas por encima de intereses empresariales, envidias profesionales, o cualquier impedimento.

Recordando las palabras de FEDERICO GARCIA LORCA .

“Este espectáculo es el más democrático del mundo”.

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